martes, 26 de abril de 2011

Amate a ti mismo


En todas las tradiciones del mundo, en todas las civilizaciones, en todas las iglesias te han enseñado todo lo contrario. Te dicen: Ama a los demás, no te ames a ti mismo. Y detrás de esta enseñanza se oculta cierta estrategia astuta.

El amor es el alimento del alma. Así como la comida lo es para el cuerpo, el amor lo es para el alma. Sin alimento el cuerpo está débil; sin amor el alma está débil. Y ningún estado, ninguna religión, ningún interés creado ha querido nunca que las personas tengan almas fuertes, porque una persona con energía espiritual está destinada a rebelarse.

El amor te hace rebelde, revolucionario. El amor te da alas para volar alto. El amor te da un enfoque correcto de las cosas, de forma que nadie te pueda engañar; te pueda explotar, te pueda oprimir. Los sacerdotes y los políticos sobreviven sólo a costa de tu sangre; sobreviven sólo a base de explotar.

Todos los sacerdotes y los políticos son unos parásitos. Han encontrado un método infalible para hacerte espiritualmente débil, un método garantizado al cien por cien que consiste en enseñarte a no amarte a ti mismo. Porque la persona que no se puede amar a sí misma tampoco puede amar a los demás. Tienen una forma de predicar muy astuta; dicen: «Ama a los demás»..., ya que saben que si no eres capaz de amarte a ti mismo, no serás capaz de amar de ninguna manera. Sin embargo, continúan diciendo: «Ama a los otros, ama a la humanidad, ama a Dios. Ama la naturaleza, ama a tu mujer, ama a tu marido, ama a tus hijos, a tus padres». Pero no te ames a ti mismo, porque, según ellos, amarse a uno mismo es egoísta. Aquello que condenan por encima de todo es el amor a uno mismo.

Han hecho que sus enseñanzas parezcan muy lógicas. Dicen: «Si te amas a ti mismo, te convertirás en un egoísta; si te amas a ti mismo, te convertirás en un narcisista».

No es verdad.

El hombre que se ama a sí mismo descubre que no tiene ego. El ego surge al amar a los demás sin amarte a ti mismo, al intentar amar a otros. Los misioneros, los reformadores sociales o las personas que se dedican a ayudar a los demás tienen los mayores egos del mundo; naturalmente, porque se consideran seres superiores. Ellos no son corrientes; la gente corriente los ama a ellos. Aman a los demás, aman los grandes ideales, aman a Dios.
Pero todo su amor es falso, porque carece de raíces.

El hombre que se ama a sí mismo está dando el primer paso hacia el amor auténtico. Es como si lanzas una piedrecita en un lago silencioso: primero aparecerán ondas concéntricas alrededor de la piedrecita, muy cerca de ella. Claro, ¿dónde iban a surgir si no? Luego, continuarán extendiéndose; llegarán a la orilla opuesta. Si interrumpes las ondas que surgen alrededor del guijarro, ya no se formarán más ondas. No esperes que las ondas alcancen la otra orilla; es imposible.

Los sacerdotes y los políticos se han dado cuenta de este hecho: impide que la gente se ame a sí misma y habrás destruido su capacidad de amar. A partir de ahora, sea lo que sea lo que consideren amor, no será sino un sucedáneo. Puede que sea un deber, pero no es amor. Deber es una palabra bastante fea. Los padres cumplen con sus deberes para con sus hijos y los hijos cumplen con sus deberes para con sus padres. La mujer tiene una serie de deberes hacia su marido y el marido tiene una serie de deberes hacia su mujer. ¿Dónde está aquí el amor?

El amor desconoce el deber. El deber es un lastre, una formalidad. El amor es una alegría, un compartir; el amor es informal. El amante nunca siente que ha hecho ya suficiente; siempre piensa que puede hacer más. El amante nunca siente: «He complacido al otro». Por el contrario, siente: «Me siento complacido porque mi amor ha sido recibido. El otro me ha complacido al aceptar mi regalo, al no rechazarlo».

El hombre que actúa por deber piensa: «Soy superior, espiritual, extraordinario. ¡Mirad cómo ayudo a la gente! Estas personas que se dedican a ayudar a la gente son las más mediocres del mundo y también las más dañinas. Si nos podemos librar de asistentes sociales, la humanidad se habrá quitado un peso de encima, nos sentiremos muy ligeros, seremos capaces de bailar y cantar de nuevo.

Sin embargo, durante siglos han cortado y envenenado tus raíces. Te han inculcado el miedo a amarte incluso a ti mismo, lo cual constituye el primer paso del amor y la primera experiencia. El hombre que se ama a sí mismo, se respeta. Y el hombre que se ama y respeta a sí mismo, respeta también a los demás, porque piensa: «Los demás son igual que yo. De la misma manera que yo disfruto del amor del respeto y de la dignidad, los demás también lo hacen». Se da cuenta de que en los aspectos fundamentales no somos distintos; somos uno. Nos regimos por la misma ley. Buda dice: vivimos bajo la misma ley eterna, aes dhammo sanantano. En los detalles podemos ser algo diferentes de los demás —eso aporta variedad, es maravilloso—, pero en lo fundamental somos todos parte de una misma naturaleza.

Aquel que se ama a sí mismo disfruta tanto del amor, se vuelve tan dichoso, que el amor empieza a rebosarle y a alcanzar a otros. ¡Tiene que alcanzarlos! Si vives el amor, tienes que compartirlo. No puedes continuar amándote a ti mismo eternamente, porque hay algo que te quedará muy claro: que si el hecho de amar a una persona, a ti mismo, es algo tan profundamente extático y maravilloso, ¡cuánto más éxtasis te aguardará si empiezas a compartir tu amor con muchísima más gente!

Poco a poco las ondas comienzan a llegar cada vez más lejos. Amas a otras personas; después empiezas a amar a los animales, a los pájaros, a los árboles, a las piedras. Puedes llenar todo el universo con amor, con tu amor. Una sola persona es suficiente para llenar todo el universo de amor; un solo guijarro, una simple piedrecita, puede llenar de ondas todo el lago.
Sólo un Buda puede decir Ámate a ti mismo. Ningún sacerdote, ningún político, puede estar de acuerdo con esto porque destruye todo su montaje, toda su estructura de explotación. Si no se le permite a un hombre amarse a sí mismo, su espíritu, su alma, se debilitará día a día. Puede que crezca su cuerpo, pero él no crecerá interiormente porque no tiene alimento interior. Se convierte en un cuerpo casi sin alma o simplemente con una posibilidad en potencia de alma. El alma se convierte en una semilla y seguirá siendo una semilla si no puedes encontrar la tierra adecuada de amor en la que pueda brotar. No la encontrarás si haces caso de la estúpida idea de «No te ames a ti mismo».

Yo también te enseño a amarte a ti mismo en primer lugar. No tiene nada que ver con el ego. De hecho, el amor es una luz tan grande que la oscuridad del ego no puede existir en él. Si amas a otros, si tu amor se dirige hacia otros, vivirás en la oscuridad. En primer lugar, dirige la luz hacia ti mismo; conviértete primero tú mismo en una luz. Deja que la luz disipe tu oscuridad interior, tu debilidad interior. Deja que el amor te convierta en un gran poder, en una fuerza espiritual.

Una vez que tu alma es poderosa, descubres que no vas a morir, que eres inmortal, que eres eterno. El amor te proporciona el primer atisbo de eternidad. El amor es la única experiencia que trasciende el tiempo; por eso los amantes no temen a la muerte. El amor desconoce la muerte. Un único momento de amor vale más que toda la eternidad.

Pero el amor tiene que empezar desde el principio. El amor tiene que empezar por el primer paso:

Ámate a ti mismo.

No te condenes a ti mismo. Ya te han condenado demasiado y tú has aceptado todas las condenas. Ahora continúas hiriéndote. Nadie se considera lo suficientemente digno, nadie se considera a sí mismo como una bella creación de Dios; nadie piensa que es necesario. Todas éstas son ideas ponzoñosas, porque tú has sido envenenado. Has sido envenenado con la leche de tu madre, y éste ha sido todo tu pasado. La humanidad ha vivido en la oscuridad, una oscura nube de autocondenación. Si te condenas a ti mismo, ¿cómo vas a crecer? ¿Cómo vas a madurar? Si te condenas a ti mismo, ¿cómo vas a adorar la existencia? Si no puedes adorar la existencia que hay en ti, serás incapaz de adorar la existencia en los demás; será imposible.
Sólo puedes convertirte en una parte del todo si sientes un gran respeto por el Dios que hay en ti. Tú eres el anfitrión; Dios es tu invitado. Al amarte a ti mismo descubrirás que Dios te ha elegido para que seas su vehículo. Por el hecho de escogerte como su vehículo ya te ha respetado; te ha amado. Al crearte te ha demostrado su amor. No te ha hecho por casualidad; te ha creado con un determinado destino, con un determinado potencial, con una determinada gloria que tienes que conseguir. Sí, Dios ha creado al hombre a su imagen y semejanza. El hombre tiene que convenirse en Dios. A menos que el hombre se convierta en Dios, no habrá realización, no habrá satisfacción.

Pero ¿cómo puedes convertirte en Dios? Tus sacerdotes te dicen que eres un pecador. Tus sacerdotes te dicen que estás condenado, que irás al infierno. Te hacen que temas amarte a ti mismo. Éste es su truco: cortar la raíz del amor. Son personas muy listas. La profesión más astuta del mundo es la de sacerdote. Luego te dicen: «Ama a demás». Sin embargo, este amor será algo artificial, sintético, una pretensión, algo fingido.

Te dicen: «Ama a la humanidad, a tu patria, a tu país, a la vida, a la existencia, a Dios». Grandes palabras, pero totalmente vacías de contenido. ¿Acaso te has encontrado alguna vez con la humanidad? Siempre te encuentras con seres humanos, pero has condenado al primer ser humano con el que te has topado, a ti mismo.

No te has respetado, no te has amado. Ahora, desperdiciarás el resto de tu vida condenando a otros. Por eso la gente es tan criticona. Si se critican a sí mismos, ¿cómo no van a encontrar los mismos fallos en los demás? De hecho, los encontrarán y los magnificarán, los engrandecerán lo máximo posible. Parece que es la única salida; en cierto modo, es algo que tienes que hacer para ponerte a salvo. Por eso se critica tanto y hay esa falta de amor.

Te aseguro que éste es uno de los sutras más profundos de Buda, y sólo una persona que ha despertado puede proporcionarte esa interiorización.
Él dice: «Ámate a ti mismo...». Esta puede ser la base de una transformación radical. No tengas miedo de amarte a ti mismo. Ama con totalidad y te sorprenderás: el día en que te libres de la autocondenación, la falta de respeto hacia ti mismo, el día en que te liberes de la idea de pecado original, el día en que pienses en ti mismo como alguien que vale la pena y alguien a quien la existencia ama, ese día será un día de gran bienaventuranza. A partir de ese día empezarás a ver a la gente desde una perspectiva correcta y tendrás compasión. No será una compasión cultivada; será natural, un flujo espontáneo.

Además, la persona que se ama a sí misma puede fácilmente volverse meditativa, porque meditar significa estar contigo mismo.

Si te odias a ti mismo, como sueles hacer, como te han dicho que hagas y a lo cual tú has obedecido religiosamente, si te odias, ¿cómo puedes estar contigo mismo? La meditación consiste simplemente en disfrutar de tu maravillosa soledad. Celebrarte a ti mismo; eso es exactamente la meditación.

La meditación no es una relación. No necesitas a los demás para nada; uno se basta a sí mismo. Uno se sumerge en su propia gloria, se sumerge en su propia luz. Uno se regocija en el simple hecho de estar vivo, de ser.
El mayor milagro del mundo es que tú eres, que yo soy. Ser es el mayor milagro, y la meditación abre las puertas a ese gran milagro. Sin embargo, sólo el hombre que se ama a sí mismo puede meditar; de lo contrario, no haces más que escapar de ti mismo, evitarte. ¿Quién quiere contemplar un rostro feo, y quién quiere penetrar en un ser feo? ¿Quién quiere adentrarse en su propia ponzoña, en su propia oscuridad? ¿Quién quiere penetrar en el infierno que tú consideras que eres? Tú pretendes mantener todo esto siempre cubierto con bonitas flores y quieres escapar siempre de ti mismo.
De ahí que las personas estén continuamente buscando compañía. No pueden estar a solas con ellos mismos; quieren estar con otros. La gente busca cualquier tipo de compañía; con tal de evitar su propia compañía, vale cualquier cosa. Pueden sentarse durante tres horas en un cine viendo algo absolutamente estúpido. Pueden leer una novela policíaca durante horas desperdiciando su tiempo. Pueden leer una y otra vez el mismo periódico sólo para mantenerse ocupados. Pueden jugar a las cartas o al ajedrez sólo para pasar el rato. ¡Ni que tuvieran tanto tiempo!

No tenemos mucho tiempo. No tenemos tiempo suficiente para crecer, para ser, para disfrutar.

Sin embargo, éste es uno de los problemas básicos provocados por una mala educación: te evitas a ti mismo. La gente se sienta delante de la televisión, pegada a la silla, durante cuatro, cinco, seis horas. En Estados Unidos el promedio es de cinco horas al día de televisión, y esta enfermedad se va a extender al resto del planeta. ¿Qué es lo que ves? ¿Qué es lo que consigues? Quemarte los ojos...

Sin embargo, siempre ha sido así; incluso cuando no existía la televisión, había otras cosas. El problema es siempre el mismo: cómo evitarse a uno mismo, ya que uno se siente horrible. Pero ¿quién te ha hecho feo? Los llamados religiosos, tus papas, tus shankaracharyas. Son los responsables de haberte desfigurado el rostro, y lo han conseguido; han hecho que todo el mundo sea feo.

Todo niño al nacer es hermoso, pero empezamos a desfigurar su belleza, mutilándolo de muchas maneras, paralizándolo de formas distintas, alterando sus proporciones, desequilibrándolo.

OSHO
extraído del libro
"Amor, libertad y soledad"

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Daniel Miccael Sais
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